Ahora, bastante lejos en el tiempo, las republicanos aquí, como un resumen de lo que pasó realmente, y que sin embargo nadie entendió, porque al ser una lucha de oligarcas, estos obviamente controlan los medios e hicieron que todos pensáramos que esto era importante para todos.
Lean lo que los medios tendrían que haber dicho , si fueran realmente honestos o si tubieran compromiso real y desinteresado por la sociedad:
Este texto fue publicado el 30 de marzo, cuando empezó el quilombo:
“El campo”, o la paradoja de los consumidores que protestan contra ellos mismos
Los acontecimientos de los últimos días son bastante difíciles de explicar, llegando a ser absurdos en algunos casos. ¿De qué se trata el tan mentado “paro del campo”? ¿Qué reclaman los vecinos de algunos barrios de Buenos Aires, Córdoba y otras ciudades golpeando cacerolas?
El 25 de marzo por la noche se produjeron concentraciones de personas en los barrios porteños de Recoleta, Belgrano, Caballito… luego en Plaza de Mayo, frente a la residencia presidencial en Olivos, y así en varias ciudades del país… ¿qué está pasando?
Cuando los trabajadores de determinada rama de la producción ejercen su derecho a la huelga, el capital –o el estado como empleador- les descuenta los días de paro, reprime las protestas por medio de las fuerzas de seguridad, etc. Es decir, el capital ejerce su poder sobre el trabajo para derrotarlo en la lucha. El “paro” de la burguesía agraria, en cambio, genera la suba de los precios de sus propios productos (un 12% en los últimos 15 días, según aproximaciones oficiosas, bastante más en la práctica) ya que genera una escasez de las mercancías cuya producción ellos mismos controlan. Esto no es un paro, sino un lock out, es decir una medida extorsiva de los dueños de los medios de producción. Si los trabajadores rurales aparecen en escena es –simplificando en extremo- como masa de maniobra cautiva de sus propias patronales, que agitan el fantasma de la pérdida de las fuentes de trabajo.
La rentabilidad diferencial de las agroindustrias con respecto a otras ramas de la producción en la Argentina no se traduce en un salario diferencial de los trabajadores rurales con respecto a los asalariados urbanos. ¿Por qué? Por la tremenda obviedad de que las agroindustrias son empresas privadas que –como cualquier otra- no tienen más interés que el incremento constante de su tasa de ganancia. Evidentemente, no son cooperativas. La ganancia de los productores (utilizando el término en el sentido de “dueños de los medios de producción”) surge de la explotación del trabajo. Esa es la lógica del capitalismo: producir mercancías de modo tal que el valor de la fuerza de trabajo sea superado por el valor de las mercancías que esa fuerza de trabajo produce. Traducido al castellano más llano: el obrero produce mercancías por mayor valor que el salario que percibe, he ahí el origen de la ganancia del capitalista en cualquier industria.
Para que la ganancia se realice, y pueda ser reinvertida, es necesaria la venta de las mercancías producidas. Allí llegamos a la esfera del consumo. Y es entonces que resulta paradójico ver a los consumidores de los alimentos-mercancías reclamando por la rentabilidad de los capitalistas que los producen. Si los precios de los alimentos en el mercado interno se equiparasen a los precios en euros o dólares del mercado externo… ¿quién pagaría ese aumento? Justamente los mismos que salen a golpear cacerolas porque “apoyan al campo”. No es sólo un reclamo en función de intereses ajenos, sino un reclamo que va directamente en contra de los propios intereses como consumidores de los mismos manifestantes. Realmente, un negocio muy difícil de explicar.
Por otra parte, hablar del “campo” en general es una generalización mentirosa. Ya comentamos más arriba –perdón por la obviedad- por qué los intereses de los obreros rurales son contradictorios con los de los capitalistas rurales. Lo que está detrás del reclamo de algunos sectores del “campo” es la lucha interburguesa, la lucha entre distintos capitalistas por su posicionamiento en el mercado. Evidentemente, si se fijan retenciones a las exportaciones uniformes para todos los propietarios rurales, aquellos con mayores capitales estarán en mejores condiciones de afrontarlas, viendo menos afectada su tasa de ganancia. Eventualmente, una mayor dificultad en las condiciones en que se desarrolla la competencia intercapitalista podría acelerar la tendencia histórica a la concentración del capital, eliminando a los productores más pequeños, aquéllos que no estén en condiciones de competir en el nuevo escenario que se plantea.
En fin, la mejor explicación de la falacia del supuesto enfrentamiento (si hay un enfrentamiento no es más que una anécdota circunstancial) entre los empresarios rurales y el estado la dio el “piquetero oficial”, Luis D’Elía. Muy suelto de cuerpo se preguntó de qué se quejaban los empresarios del campo, si gracias a las medidas de gobierno de los Kirchner tenían la mayor rentabilidad de los últimos 30 años. Sin entrar a discutir la exactitud del dato económico, no deja de ser un comentario interesante. Las retenciones sobre las exportaciones son una manera “artificial” que tiene el estado de “desincentivar” a los empresarios que podrían pretender volcar proporciones crecientes de su producción al mercado externo, dada su mayor rentabilidad con respecto al mercado interno. La equiparación de los precios internos a los externos provocaría un caos social inmediato, con la consiguiente destrucción del escenario estable en el que operan los mismos capitalistas que desearían dicha igualación. El estado capitalista actúa –simplificando una vez más- como “capitalista general”, es decir que si bien puede contradecir los intereses puntuales de algunos capitalistas en determinados momentos, es el garante de las condiciones básicas para la reproducción de capital en general. La liberación del mercado interno al “buitreo” de los empresarios agroindustriales destruiría las condiciones de supervivencia de esos mismos empresarios, por eso el estado como capitalista general no puede permitirla… Mientras tanto, continúa la comedia para gran consumo, y cada vez cuesta más distinguir si estamos mirando Tinelli, “Poné a Franchela” o el noticioso.
Marcos Sourrouille
Este otro fué publicado diás después, el 3 de abril, y reafirma lo dicho anteriormente.
“El campo” huele a bosta, señores
Asco. El sentimiento –incluso físico- que provoca ver y escuchar a los “ruralistas” en su acto del 2 de abril es simplemente asco.
Aquellos que no fuimos a trabajar en el miércoles feriado, pudimos ejercitar nuestros más oscuros instintos masoquistas. El objeto de nuestro fetichismo, con el cual nos flagelamos: la tele. Allí estaban los “hombres y mujeres de campo”. Allí se mostraba el palco montado en Gualeguaychú. Desde la caja salía la voz de los dirigentes de las entidades patronales del campo.
“Si este no es el pueblo, el pueblo dónde está”, coreaban las masas presentes, antes de comenzar el acto. Minutos más tarde, aplaudían al representante de la Sociedad Rural Argentina. ¿Ese es el pueblo…? Después aplaudieron un llamado a la consolidación de la burguesía nacional… ¿a qué le dirá “reforma agraria” esta gente?
En la semana escuché un argumento que de tan evidente ha pasado desapercibido para varios: los pequeños productores no exportan, por lo tanto no los afectan las retenciones a las exportaciones. Muy pero muy sencillo, ¿no? Aquellos que realmente son pequeños productores, aquellos que producen para la propia subsistencia, no estaban en ese palco. Tampoco en las rutas. Estarían más preocupados en conservar la tenencia de sus –escasas- tierras, en la mayoría de los casos amenazada por los mismos terratenientes y el mismo estado que montan hoy esta farsa indignante para el gran consumo. La lucha de los auténticos pequeños productores, de los campesinos, no sale por la tele. Los medios de comunicación masivos no dejan de ser propiedad privada, y no dejan de tener intereses de clase en común con los terratenientes, y de no tenerlos con los campesinos.
Podría parecer legítimo, por ejemplo, el reclamo contra la “demonización” de la soja (¿habrán subido un cura al palco para desendemoniar a la soja?). Cada cual, dirán las señoras mientras ven la tele tomando mate, tiene derecho a sembrar lo que quiera en sus tierras, que al cabo son suyas. Incluso escucharemos a los “ruralistas” pregonar que el “saqueo” que suponen las retenciones violenta el derecho a un futuro para sus hijos…
Hagamos un intento por desmenuzar esa falacia… No es este el espacio para reconstruir históricamente el proceso de acceso a la tierra de la burguesía agraria argentina. Limitémonos a recordar, a modo de ejemplo, las sucesivas “Campañas al Desierto” (sic) mediante las cuales comenzó el proceso de privatización masiva de la tierra en la Pampa y la Patagonia. O la conquista militar del Chaco. La “burguesía agraria nacional” se fue conformando a través de este tipo de acciones, beneficiándose incluso de la mano de obra barata o gratuita que le brindaban las reducciones o los campos de concentración a los que se enviaba a los habitantes anteriores de esas tierras.
Pasar por alto el “detalle” mencionado sería ocioso, ya que el proceso de concentración de tierras continúa, y la expropiación de los pequeños productores se sigue efectuando con métodos non sanctos (es sólo una expresión, en general la religión oficial sí los santifica…). En este sentido, basta una revisión somera del último siglo de la historia de nuestra región para toparnos una y otra vez con el desalojo violento y avalado por el estado de los pequeños productores. Y ese proceso continúa hoy, contra comunidades y personas que están, literalmente, a la vuelta de la esquina…
La extensión del imperio de la soja también se hace mediante la expropiación –con el grado de violencia que fuera necesario- de los pequeños productores que se crucen en su camino…
Por otra parte, si cualquier monocultivo es perjudicial para el equilibrio del ambiente, el monocultivo de la soja es particularmente pernicioso en ese sentido. Amén de la degradación veloz del suelo en nombre de las enormes ganancias que hoy reporta su comercialización en el exterior, aún hay otros efectos sobre el ambiente que no pueden ser ocultados debajo de la alfombra.
Los fertilizantes y agroquímicos que se utilizan en este cultivo, poseen altos niveles de toxicidad. Los trabajadores implicados en el proceso productivo, y los habitantes de las zonas de cultivo están necesariamente expuestos a esto.
La utilización de la tierra para el cultivo de soja, por la degradación de los suelos que provoca, dificulta la reorientación de la producción hacia otros cultivos.
Además, el vuelco de varios burgueses del campo hacia el cultivo de la soja libera el camino de competidores en otras ramas de la agricultura. Aún sin datos concretos en la mano, podemos deducir que la “sojización” de grandes extensiones de tierra acentúa también la tendencia a la concentración y reducción del número de competidores en otras ramas de la actividad agropecuaria. Siendo cada vez menor la extensión dedicada a la actividad agropecuaria para consumo interno –la soja es el principal, pero no el único producto que hoy copa tierras para la producción exportable- podemos hipotetizar que la tendencia al crecimiento de los precios de los productos de origen agropecuario que consumimos continuará. Es entendible el deseo de los empresarios del agro que venden en el país sus productos de equiparar sus ganancias con aquellos que venden en el exterior (si no son los mismos…). Pero ese “logro” significaría una disociación evidente entre el valor –en el sentido de trabajo incorporado al producto- y el precio de estas mercancías. Para ellos, es un escenario excelente. Para los asalariados del campo, que tienden a cobrar salarios por debajo del valor de su fuerza de trabajo, y para todos aquellos que somos asalariados y pretendemos alimentarnos, no suena como un escenario muy prometedor…
Definitivamente, es una falacia que “el pueblo” esté detrás del lock out y los cortes de ruta de los “ruralistas”, y que tenga algo que ganar apoyando sus reclamos. También es falaz –de más está decirlo- suponer que “el pueblo” llenó la Plaza de Mayo en apoyo al gobierno nacional. Como se preguntan los mismísimos concurrentes a tales convites “…¿el pueblo donde está?”. Debe ser una pregunta entre retórica e irónica, porque los organizadores de ambos eventos en general eligen estar lo más lejos posible de aquellos que se supone que vendrían a ser “el pueblo”.
Por cierto, sería deseable un futuro que no sólo le garantizara la supervivencia a los hijos de esta linda gente. A veces, el campo huele a bosta, y no justamente por la cercana presencia de una tropilla de equinos.
Marcos Sourrouille
0 Personas afectadas moral y sentimentalmente:
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